Hace unos días recibí un correo de una alumna en el que lamentaba la injusta situación en la que se encontraban las humanidades y los alumnos que desarrollaban estudios relacionados con ellas. Lo que más me duele como profesor es que mis alumnos, casi todos buenísimos, se vean obligados a soportar presiones innecesarias debido a las etiquetas que no sólo la sociedad, sino -lo que es mucho peor- profesores y compañeros de otras opciones "científicas" utilizan para menospreciarlos, a ellos y a las materias que estudian. A nosotros los adultos esto no nos molesta en absoluto, porque estamos, por viejos, por encima del bien y del mal, y sólo nos preocupa ya vivir intensamente y disfrutar de lo que nos apasiona. Pero me apesadumbra que mis alumnos tengan dudas sobre su valía, sobre la elección que han hecho y, aún más, que se vean obligados, por ser minoría, a estudiar en peores condiciones que los demás.
Como iba diciendo, hace unos días recibí un correo de una alumna y hoy en el hospital, mientras esperaba que ingresaran a mi suegra por un cólico de vesícula, leí casualmente la opinión de Lorenzo Silva en el Semanal del ABC, periódico que no suelo leer -la verdad es que no suelo leer casi ninguno-, pero que en esta ocasión había comprado, porque es el que lee los domingos mi suegro y el pobre hombre estaba aburrido en la sala de espera. Está claro que los astros a veces se alinean, porque pensé que la sección venía muy al pelo de las reflexiones que mi alumna me había enviado por correo. Dice así Lorenzo Silva en el Bloc del Cartero en un breve comentario que titula Humanidades:
Un Smartphone o una conexión cualquiera a Internet son recursos tecnológicos que sirven para extender la oportunidad del acceso a la cultura: permiten, por ejemplo, leer en línea la epopeya del Gilgamest o escuchar un trío de Schubert. Son, en fin, una expansión de la libertad humana, salvo que... el ser humano en cuestión ignore quién fue Gilgamesh y quién Schubert, o carezca de la aptitud de leer e interpretar las andanzas del primero y de escuchar y entender la música del segundo. Un lector lo advierte con crudeza: la postergación sistemática de las humanidades, que llega incluso al desprecio de las enseñanzas que contienen y de quienes la preservan y desarrollan, está muy cerca de convertirse en la más eficaz limitación de la libertad de pensamiento: lo que sucede cuando no se ha aprendido a pensar.
El lector al que se refiere Lorenzo Silva más arriba es Eduardo Fernández López, de Villalpando, Zamora, que escribe lo siguiente en una carta que titula Humanidades S.L. y que se incluye también en el Bloc del Cartero:
Las humanidades estorban. Los que las practicamos y estudiamos somos un incordio. Así piensa una gran parte de la clase política, aunque intenta no decirlo en público. Sin embargo, por sus actos los conoceréis. Las humanidades están arrinconadas en el lugar más oscuro y polvoriento de la vida laboral. Si algo no produce dividendos inmediatos, no sale rentable. Por ello la solución de esta gente, según las nuevas leyes educacionales, es convertir las humanidades en un negocio o dejar que desaparezcan. Conmigo o contra mí, eso tan español. Un futuro sin gente incapaz de crear personajes o piezas musicales me resultaría invivible. Más aún si nuestra única preocupación es hacer cuentas para llegar a final de mes. Pero aún hay solución: la lucidez y el juicio crítico. Como ponía en la puerta de una vieja librería de mi pueblo, cuyo propietario lo pasó bastante mal hace 80 años: la cultura eleva al hombre. Lástima que haya tantos que nos quieran estúpidos y manejables.
Hace unos días recibí un correo de una alumna y no se me ha ocurrido nada mejor para animarla que escribir esta entrada en mi blog, con la ayuda de Lorenzo Silva y Eduardo Fernández, eso sí, y darle la bienvenida a Humanidades S.L., al club de la lucidez y el juicio crítico.