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Este es el blog de José María Alegre Barriga, profesor de Cultura Clásica en el IES Profesor Hernández Pacheco de Cáceres. El objetivo del mismo es recopilar en él los recursos didácticos utilizados en clase como complemento a la enseñanza de las asignaturas de Griego, Latín y Cultura Clásica.

jueves, 14 de marzo de 2019

Viaje a Grecia

Álbum de fotos del viaje
Galería de imágenes
Volví por fin a Grecia. Desde el verano del 92 no había regresado a la roca sagrada de la Acrópolis ni había visto otra vez resplandecer los hermosos blancos azulados del mármol del Pentélico iluminados bajo la luz del cálido sol del Ática. Muchas veces en estos casi treinta años he añorado la brisa del Egeo, el azul  intenso de su cielo, los olores de las especias del Oriente, el sabor de su cocina, la energía del Mediterráneo, las extensas llanuras de olivos o la curiosidad de los cipreses asomando su esbelto cuello entre las copas de otros compañeros más bajitos. También las piedras que a mí me dicen cosas añoraba, las piedras que resisten todavía impasibles las pisadas infinitas de muchos visitantes. Piedras que ya no son ni muros, piedras esparcidas por la tierra, en otro tiempo templos, pórticos, edificios que yo levanto con los ojos de mi alma. 

Recuerdo la primera vez, en la década de los 80. Con qué ilusión recorrí las regiones de Grecia durante todo un mes junto al que había sido mi profesor de latín en el instituto y tres amigos más, también alumnos suyos. Éramos ya universitarios, estudiantes de Filología Clásica, y queríamos sentir más allá de los libros, pisar el suelo de aquellos héroes de poemas épicos, de aquellos personajes de tragedias. Buscamos los lugares de la guerra: Maratón, las Termópilas, Salamina. Visitamos los sitios arqueológicos que habíamos memorizado en las fotografías de los manuales: Olimpia, Micenas, Epidauro, Corinto, Eleusis, Delfos. Visitamos Creta y allí todavía escuchamos los bramidos del temible minotauro. Y en Atenas, con un calor húmedo y asfixiante de aquel agosto, no dejamos ni un rincón de la ciudad sin escudriñar. Todavía recuerdo aquel atardecer junto al templo de Poseidón en el cabo Sunion: aquellos jóvenes mirando al mar emocionados sin poder contener las lágrimas que resbalaban por sus mejillas ya sin disimulo. 

Luego volví en el 92, con mi mujer, embarazada ya de mi primer hijo. Venían con nosotros de nuevo mi antiguo profesor de latín, ahora ya amigo, y una compañera. Fue otro mes intenso, lleno de experiencias, viviendo profundamente Grecia, para inhalar su espíritu, el del pasado y el presente, como si intuyéramos que no nos volveríamos a ver en mucho tiempo.

Hacía 27 años que no pisaba Grecia y la añoraba. La vida se me complicó, no sé, y nunca hubo un buen momento para ello. Aquel curso de griego moderno no valió para nada y fue al cajón del olvido, como otras muchas cosas. Por fin este año he vuelto tras muchas intentonas. Ha sido un viaje breve, pero muy intenso. Ha sido un viaje maravilloso y diferente: me han acompañado mis alumnos. Ahora, ya en la madurez, casi en la última etapa de mi vida profesional, voy cerrando el círculo. He paseado de nuevo por el ágora una mañana de primavera preciosa, me he emocionado otra vez al atravesar los Propileos y ver el Partenón, he pasado bajo la Puerta de los Leones y he disfrutado del atardecer en el teatro de Epidauro. Pero lo más maravilloso de todo es que me he visto reflejado en mis alumnos y he recordado aquella curiosidad de mi juventud y la felicidad que experimentaba al poder tocar y ver y sentir más allá de los libros y de las aulas, al poder respirar, eso creía yo, el mismo aire que los hombres y mujeres de la Grecia Clásica. He visto disfrutar a mis alumnos como yo lo hacía, empapándose de Grecia, mirando todo con los ojos del alma. Así es como mejor se aprecia la belleza. Y eso es lo que más feliz me ha hecho. He tardado mucho, pero el regreso ha merecido la pena. No volveré nunca más a dejar pasar tanto tiempo.