De nuevo a Grecia. Uno se puede pasar casi treinta años sin regresar a un país con el que le unen vínculos sentimentales casi desde la adolescencia y, si los hados le son favorables, visitarlo dos veces en el transcurso de un año. De nuevo a Grecia. Y de nuevo feliz de haber vuelto con mis alumnos. Por varias razones. La primera, porque no todo está en los libros ni entre las paredes de un aula y es importante, si surge la ocasión, reforzar el aprendizaje y los conocimientos experimentando sensaciones auténticas y no sólo virtuales o impresas: sentir el bóreas en la roca sagrada, el soplo que Eolo envía desde la bahía de Nauplia y llega hasta la ciudadela de Micenas, pisar las piedras que en otro tiempo fueron templos y teatros, medir el tamaño de las esculturas con la regla de tu propio cuerpo, guardar en la retina los suaves colores de los frescos de Tera, ver desde el Areópago descender la blancura de la ciudad hasta el mar. Todo esto es verdadero y, por tanto, como se dice en la lengua griega, nunca se olvidará.
La segunda razón por la que me siento feliz es porque mi ánimo de docente se refuerza cuando veo que existen alumnos que tienen deseos de aprender y disfrutan de las actividades que con tanto esfuerzo preparamos para ellos. Rentabilidad plena lo llamo yo. Hoy creo que es un privilegio contar con alumnos que hacen que nuestro trabajo tenga sentido. Por ello les doy las gracias de corazón.
La segunda razón por la que me siento feliz es porque mi ánimo de docente se refuerza cuando veo que existen alumnos que tienen deseos de aprender y disfrutan de las actividades que con tanto esfuerzo preparamos para ellos. Rentabilidad plena lo llamo yo. Hoy creo que es un privilegio contar con alumnos que hacen que nuestro trabajo tenga sentido. Por ello les doy las gracias de corazón.
Y la tercera razón por la que me alegra haber viajado con mis alumnos en esta ocasión es porque quizás hayan podido apartar la venda de sus ojos. Me refiero a la venda que nuestros políticos nos han puesto para impedirnos ver la ignominia que se está cometiendo en Europa. La venda de los seis mil millones de euros que se pagan a Turquía para que frene a los refugiados en su territorio y que no pueden evitar que aun así traspasen las fronteras y lleguen a Grecia viviendo en campamentos de refugiados. Algunos, cada vez más, deambulan por las calles de Atenas mendigando, buscando algo de comer entre contenedores y bolsas de basura, durmiendo envueltos en sus mantas en los bancos de los parques, en los soportales de los edificios de las avenidas o en medio de las aceras, sin ningún pudor, porque ya no les queda nada, ni la dignidad. Parece que nadie los ve, que todo el mundo se ha habituado a que pululen por las calles, como nuevos elementos animados del mobiliario urbano. A un lado de la calle Eolo unos jóvenes toman bebidas en una terraza conversando alegremente y en el lado opuesto, a escasos metros, al cobijo del pórtico de una iglesia bizantina en la que puede leerse en griego "Dios es amor", cinco personas se envuelven en mantas y se arrebujan para combatir el frío y la humedad de febrero. Asia a un lado, al otro Europa, cantaba el poeta.
El gobierno griego tiene pocos recursos para atender a los refugiados y algunas ONG se encargan de distribuir ropa y comida e intentan organizarlos en negocios colaborativos y de autogestión. Pero la solución está todavía muy lejos: hace unos días Erdogan, el presidente turco, abrió sus fronteras para dejar pasar más refugiados a Grecia con objeto de obligar a Europa a intervenir en Siria.
Sí, de nuevo hemos sentido Grecia, es verdad: su luz, su mar, su historia, pero también su miseria. Y la nuestra.
El gobierno griego tiene pocos recursos para atender a los refugiados y algunas ONG se encargan de distribuir ropa y comida e intentan organizarlos en negocios colaborativos y de autogestión. Pero la solución está todavía muy lejos: hace unos días Erdogan, el presidente turco, abrió sus fronteras para dejar pasar más refugiados a Grecia con objeto de obligar a Europa a intervenir en Siria.
Sí, de nuevo hemos sentido Grecia, es verdad: su luz, su mar, su historia, pero también su miseria. Y la nuestra.
Espero que mis alumnos hayan comprendido que el mundo no es el que se ve en las pantallas de los ordenadores o el que se ofrece en las redes sociales o en las televisiones, que ese mundo es irreal y que todo está retocado para que veamos sólo el reflejo de lo que interesa. Espero que en este viaje se haya despertado su pensamiento crítico y que sus ojos puedan ver ahora no las sombras de la caverna, sino los objetos que las dibujan. Por esto, más que por otras razones, me alegra haber regresado a Grecia.
El último día del viaje visitamos el santuario de Apolo en Delfos, en Fócide, el ombligo del mundo para los griegos, el lugar mágico en el que las águilas liberadas por Zeus desde los dos puntos opuestos del universo se encontraron. Allí el oráculo de Apolo era consultado por ciudades y particulares sobre todo tipo de cuestiones y los sacerdotes interpretaban las inconexas e incoherentes palabras de la Pitia. No sé qué respondería hoy Apolo si Europa, la princesa fenicia que un día vino de Oriente sobre los lomos de un hermoso toro, le preguntase acerca de la acogida de los refugiados. Se me ocurre que tal vez la respuesta de la Pitia podría ser esta otra enigmática pregunta: Fenicia, ¿no te avergüenza dejar morir a tus hermanos?
Una galería de fotos del viaje puede contemplarse aquí.
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